Opinión escrita en esta última semblanza por mi hijo, el joven abogado Gerardo Francisco López García.
“Me permití cambiar el título de esta publicación, pues me dieron libertad para poder redactar esta semblanza y considero que la palabra “postulante” no puede ser sinónimo de “litigante”. Apreciación propia.
Mi perfil de Linkedin me recuerda que llevo laborando en el Bufete Jurídico López Thomas un total de 3 años y 8 meses (mayo de 2014, para ser más exactos). Casi cuatro años que sin duda alguna han sido de grandes aprendizajes, lleno de logros y de experiencias que no había vivido.
El área en la que me he desarrollado durante todo este tiempo dentro del Bufete ha sido el área penal y federal. Hablaré exclusivamente de mi corta experiencia en el área penal, pues es la que más disfruto realizar.
El beneficio de empezar a trabajar aun cuando no terminas la universidad es que puedes poner en práctica todos los conocimientos que crees adquieres mientras estudias. Afortunadamente en mi etapa universitaria se me fue enseñando exclusivamente el Sistema Acusatorio, razón por la que creí estaría listo para poder desenvolverme en esa área desde el principio. Grande fue mi sorpresa, que en mis primeros juicios (como auxiliar de defensa) me di cuenta que en realidad lo que “conocía” era muy poco en relación a estar en un juicio de verdad, no simulado, ni de teoría.
Durante dos años me fui desempeñando como auxiliar de defensa pudiendo observar de primera vista las etapas del procedimiento, criterios, y demás herramientas fundamentales que debemos de tener los postulantes a la hora de estar defendiendo o asesorando a nuestro cliente. Pudiendo observar de primera fila, como es que el titular (si, mi papá) aplicaba todos esos consejos que me empezó a dar en mi etapa de estudiante.
Una vez que se me entregó mi cédula profesional, pude empezar a llevar con más formalidad asuntos relacionados con víctimas e imputados. Llevando desde un principio la maquinación de la teoría del caso, así como las probables herramientas que serían fructíferas al finalizar el juicio. He tenido la oportunidad de hacer “movimientos” arriesgados a la hora de audiencia, teniendo en muchas ocasiones un resultado favorable, pues esta satisfacción de saber que lo que estás haciendo es lo correcto, es lo que me alimenta día con día para seguir estudiando y postulando en el Derecho Penal.
Siento el despacho me ha dado la libertad de proponer tácticas de litigación, y de la misma manera en las que las propongo tengo que defenderlas, pues es un común denominador que este tipo de decisiones se toman en conjunto para poder darle la mejor asesoría a la víctima, o protección al imputado.
De la misma manera en que tengo la oportunidad de proponer, tengo la libertad para hacer. He desarrollado un estilo propio de escritura con el cual presento todo tipo de promociones. Tomando como base un lenguaje claro, tal como hace algunos años mencionó uno de principales líderes del movimiento del realismo jurídico norteamericano, Felix Cohen “El lenguaje específico del derecho, con su ejército de palabras divorciadas del uso común, puede llegar a ser un obstáculo formidable en el camino de la claridad y aún de la sensatez”. Para mí y mis escritos, más es menos, evidentemente sin dejar a un lado los tecnicismos jurídicos. De la misma manera, y con base en todos los conocimientos que tengo, he tenido la oportunidad de crear mecanismos computacionales que ayudan en optimizar el flujo de mi trabajo, a una manera que esta ya no sea un inconveniente en el tiempo perdido por cuestiones meramente de trámite.
Dentro de la práctica profesional me ha tocado observar dentro de este tiempo, a Ministerio Públicos que parecen defensores al velar por los intereses del imputado y no de la víctima, a Policías dando consejos jurídicos, a Jueces componiendo el trabajo de Ministerios Públicos en aras del “Derecho de la Víctima”, a Policías actuando como peritos, a abogados defensores que de teoría del delito conocen nada, a Jueces con sentimiento de omnipotencia, a abogados “todopoderosos” de redes sociales (que inculcan con error a sus múltiples seguidores) y demás aberraciones jurídicas que no deben de tener cabida dentro del Sistema Penal; pero por otro lado, he observado a Ministerio Públicos que actúan con tecnicidad y conocimiento para defender a la víctima, a Peritos con conocimientos bastos para llegar a defender su dicho ante un Tribunal, a defensores comprometidos con sus clientes que sin llegar a mentir logran conseguir resultados beneficiosos para sus clientes, a Jueces que en audiencia, así como en cada resolución que emiten, dan testimonio de su capacitación y conocimiento necesario para desempeñar la tarea que Constitucionalmente tutelan.
Estamos en una época de múltiples cambios donde las teorías se están convirtiendo en ley tangente, donde estamos abriendo brecha al entendimiento y uso de un Código Nacional de Procedimientos Penales. Estamos en una época en donde un argumento sin fundamento en tratados, reglamentos o protocolos, es un argumento pobre. En esta época se converge la ciencia jurídica, el discurso jurídico y la teoría jurídica para poderle dar una mayor protección a una víctima, a un imputado. Estamos en una época en donde todos creemos tener un alto entendimiento de nuestro máximo órgano normativo, sin embargo, a la hora de tratar de aplicarlo, nos damos cuenta que en realidad lo que falta, son años de estudio. Todos estos ejemplos son claros al momento de que se nos impone la obligación a todos los actores jurídicos de una capacitación y aprendizaje riguroso. Estamos en una época en donde para el postulante no hay Maestrías ni Doctorados… En audiencia lo que vale, es el conocimiento.
Precisamente estos cambios son los que me han llevado a desarrollar un gusto especial por la sociología del derecho, para tratar de entender precisamente por qué existen estos cambios jurídicos trascendentales partiendo de la base del conocimiento del abogado, cómo se desarrolla este y porqué los abogados somos –como somos.
Al principio de esta publicación hablé de logros, mas nunca hablé de fracasos (en una oración un tanto pedante e histriónica), sin embargo, lo cierto es que no se tienen que dejar atrás las derrotas tanto personales, como las derrotas de otros que surgieron a raíz de éxitos propios. Con esto me viene a la mente una frase que vi hace poco, en una película. Siempre he dicho que en cualquier lado se puede aprender algo, por más insignificante que parezca. Y en este caso, en The Last Jedi, *SPOILER ALERT* Yoda habla Luke Skywalker en Ahch-To y menciona una línea sumamente importante para cualquier abogado (y para cualquier persona en general): “El maestro más grande, el fracaso es. Somos (los maestros) lo que ellos (los alumnos) llegan a ser. Es la verdadera carga de todos los maestros.”
Gracias.
¡Feliz 30 aniversario!”
Gerardo Francisco López García
“El imputado siente tener la aversión de mucha gente contra él; alguna vez, en las causas más graves, le parece que contra él está todo el mundo. No es raro que, mientras lo trasladan a la audiencia, sea acogido por la multitud con un coro de imprecaciones; no es raro que exploten contra él actos de violencia, contra los que no resulta fácil protegerlo. ¿Os imagináis el estado de ánimo de Catalina Fort que, cuando se presentó ante los jueces, todos la llamaban la fiera? es necesario no solo pensar en estos casos sino tratar de meterse en el pellejo de estos desgraciados para comprender su espantosa soledad y, con esta, su necesidad de compañía.
Compañeros, de cum pane, es aquel que parte con nosotros el pan. El compañero se sitúa en el mismo plano de aquel a quien hace compañía. La necesidad del cliente, especialmente del imputado, es esta: la de uno que se coloque junto a él, en el último peldaño de la escala.”
Francesco Carnelutti.
Quedo de ustedes.